Llevo trabajando desde que tenía 14 años, y ya tengo 38. No
es que sea un gran experto en muchos temas, pero conozco algunos, aunque solo
sea por encima. En estos años he sido repartidor, reponedor en un supermercado,
peón de albañil (paleta en mi
tierra); he trabajado en una empresa que construía piscinas y en la gestión de
pedidos de un par de empresas de construcción y materiales para el sector del
mármol… Todo esto mientras estudiaba cosas tan dispares como Administración de
Empresas y Teología.
En todo este tiempo he conocido a muchas personas que
tocaban temas muy diferentes. Desde los que diseñan programas informáticos para
que los coches se parezcan cada vez más a naves espaciales, como mi amigo Axel,
hasta Antonio, el encargado de montar los circuitos de las depuradoras de las
piscinas que hacíamos hace no se cuántos años ya. Todos ellos tienen una
máxima: “Lo sencillo siempre funciona mejor”.
Hace unos meses leía la biografía de Steve Jobs de Walter Isaacson, al mismo tiempo que leía Las cuatro vidas de Steve Jobs publicada por LID Editorial (que me gustó más,
por cierto, por la estructuración de los acontecimientos). En ambos libros se
destaca la obsesión que tenía Jobs por hacerlo todo simple y sencillo, y como nos apuntan por Twitter, (aunque no directamente pero lo agradezco igualmente), por la perfección. Cuentan
cómo estaba realmente obsesionado por reducir la cantidad de chips que hacían
funcionar un ordenador, y empujó a su gente a “adelgazar” hasta el máximo todos
sus equipos por tres razones: la estética (una de las obsesiones de Jobs), la funcionalidad
(más simple, mejor funcionamiento) y la ya mencionada perfección.
En los últimos años, en el mundo de la edición estamos
viviendo una serie de tormentas encadenadas que han removido a todos y cada uno
de los agentes que participamos en él. Algunos aguantan estas tempestades sin
inmutarse, esperando que la situación se calme “y las aguas vuelvan a su
cauce”, aunque no se dan cuenta que el cauce del río por el que iban se ha
desviado, y mucho, de lo que han conocido por años. Otros van dando tumbos
dependiendo del lado por el que les lleve la tormenta de turno, sin importarles
el río por el que navegan; solo miran la barca sobre la que flotan intentado
que no se hunda, pero sin valorar si están subidos al bote apropiado para las
aguas en las que no se quieren ahogar.
Otros intentan sumar y medir todos los datos que les dan las
tormentas para subirse al barco adecuado y surcar las aguas que tercien en
medio del tiempo que nos ha tocado vivir.
Y por último (aunque seguro que hay más) están los que se
empeñan en construir presas, puentes, y válvulas para controlar las aguas, el
cauce, el río, y si les dejan incluso las tormentas…
Hemos visto que en este tiempo han surgido algunos llamados “gurús”
del mundo de la edición que continuamente hacen análisis de la situación desde
sus posiciones de privilegio, en la mayoría de ocasiones fuera del agua. Sin
arriesgar nada y criticando a todos los que se mojan para sacar adelante sus
proyectos. Y también, cómo no, están los que se pasan el día insultando en Twitter
a los gurús, queriendo desacreditarlos para convertirse ellos mismos en gurús “antigurús”.
Al final de todo nos acabamos olvidando de lo que hacemos
porque hay tanto ruido a nuestro alrededor que hace que se nos complique
demasiado la vida.
1.
Somos editores. Editamos libros que entendemos
que vale la pena que sean leídos. Publicamos libros (o por lo menos eso quiero
creer) que deseamos que hagan de este mundo un lugar mejor. Tenemos ilusión.
2.
Queremos y debemos llegar al lector. Un libro
que no llega al lector y no es leído tiene la misma utilidad que un ladrillo
encima de la mesa: llenarse de polvo. Si hay una razón de ser para un editor, o
para una editorial, es que nos lean. Si no nos leen no hacemos bien nuestro
trabajo.
3.
Que lean como quieran. No nos compliquemos la
vida. Ahora el lector puede decidir cómo quiere leer. Y puesto que si no nos
leen no tenemos razón de ser, hagamos fácil el acceso a los contenidos.
4.
La rentabilidad va unida a la flexibilidad.
Unificar modelos de producción, distribución y venta hará las cosas más
sencillas y más rentables.
5.
Huir de los agoreros y cenizos que se pasan el
día desacreditando a los demás y que no hacen otra cosa más que enfadarse con
el mundo. No proponen nada para mejorar, solo critican porque piensan que criticar
los hace interesantes, cuando en realidad los hace aburridos y cansinos.
6.
Ilusión. Hay que renovarla cada día. Hay mil
cosas para hacer, el mundo es muy grande, y hay cientos de millones de personas
que hablan nuestro idioma, que nos pueden leer y nos pueden comprar libros.
Solo tenemos que ir y enseñarles lo que hacemos, y tenemos Internet para que
eso sea factible.
Seguro que todo esto ya lo sabías. Pero, como dice un buen
amigo mío, a mí me gusta hacer las cosas sencillas, porque lo sencillo funciona
mejor.
Abrazos para todos.
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