miércoles, 11 de julio de 2012

Lo sencillo siempre funciona mejor.



Llevo trabajando desde que tenía 14 años, y ya tengo 38. No es que sea un gran experto en muchos temas, pero conozco algunos, aunque solo sea por encima. En estos años he sido repartidor, reponedor en un supermercado, peón de albañil (paleta en mi tierra); he trabajado en una empresa que construía piscinas y en la gestión de pedidos de un par de empresas de construcción y materiales para el sector del mármol… Todo esto mientras estudiaba cosas tan dispares como Administración de Empresas y Teología.
En todo este tiempo he conocido a muchas personas que tocaban temas muy diferentes. Desde los que diseñan programas informáticos para que los coches se parezcan cada vez más a naves espaciales, como mi amigo Axel, hasta Antonio, el encargado de montar los circuitos de las depuradoras de las piscinas que hacíamos hace no se cuántos años ya. Todos ellos tienen una máxima: “Lo sencillo siempre funciona mejor”.
Hace unos meses leía la biografía de Steve Jobs de Walter Isaacson, al mismo tiempo que leía Las cuatro vidas de Steve Jobs publicada por LID Editorial (que me gustó más, por cierto, por la estructuración de los acontecimientos). En ambos libros se destaca la obsesión que tenía Jobs por hacerlo todo simple y sencillo, y como nos apuntan por Twitter, (aunque no directamente pero lo agradezco igualmente), por la perfección. Cuentan cómo estaba realmente obsesionado por reducir la cantidad de chips que hacían funcionar un ordenador, y empujó a su gente a “adelgazar” hasta el máximo todos sus equipos por tres razones: la estética (una de las obsesiones de Jobs), la funcionalidad (más simple, mejor funcionamiento) y la ya mencionada perfección.
En los últimos años, en el mundo de la edición estamos viviendo una serie de tormentas encadenadas que han removido a todos y cada uno de los agentes que participamos en él. Algunos aguantan estas tempestades sin inmutarse, esperando que la situación se calme “y las aguas vuelvan a su cauce”, aunque no se dan cuenta que el cauce del río por el que iban se ha desviado, y mucho, de lo que han conocido por años. Otros van dando tumbos dependiendo del lado por el que les lleve la tormenta de turno, sin importarles el río por el que navegan; solo miran la barca sobre la que flotan intentado que no se hunda, pero sin valorar si están subidos al bote apropiado para las aguas en las que no se quieren ahogar.
Otros intentan sumar y medir todos los datos que les dan las tormentas para subirse al barco adecuado y surcar las aguas que tercien en medio del tiempo que nos ha tocado vivir.
Y por último (aunque seguro que hay más) están los que se empeñan en construir presas, puentes, y válvulas para controlar las aguas, el cauce, el río, y si les dejan incluso las tormentas…
Hemos visto que en este tiempo han surgido algunos llamados “gurús” del mundo de la edición que continuamente hacen análisis de la situación desde sus posiciones de privilegio, en la mayoría de ocasiones fuera del agua. Sin arriesgar nada y criticando a todos los que se mojan para sacar adelante sus proyectos. Y también, cómo no, están los que se pasan el día insultando en Twitter a los gurús, queriendo desacreditarlos para convertirse ellos mismos en gurús “antigurús”.
Al final de todo nos acabamos olvidando de lo que hacemos porque hay tanto ruido a nuestro alrededor que hace que se nos complique demasiado la vida.
1.     Somos editores. Editamos libros que entendemos que vale la pena que sean leídos. Publicamos libros (o por lo menos eso quiero creer) que deseamos que hagan de este mundo un lugar mejor. Tenemos ilusión.
2.     Queremos y debemos llegar al lector. Un libro que no llega al lector y no es leído tiene la misma utilidad que un ladrillo encima de la mesa: llenarse de polvo. Si hay una razón de ser para un editor, o para una editorial, es que nos lean. Si no nos leen no hacemos bien nuestro trabajo.
3.     Que lean como quieran. No nos compliquemos la vida. Ahora el lector puede decidir cómo quiere leer. Y puesto que si no nos leen no tenemos razón de ser, hagamos fácil el acceso a los contenidos.
4.     La rentabilidad va unida a la flexibilidad. Unificar modelos de producción, distribución y venta hará las cosas más sencillas y más rentables.
5.     Huir de los agoreros y cenizos que se pasan el día desacreditando a los demás y que no hacen otra cosa más que enfadarse con el mundo. No proponen nada para mejorar, solo critican porque piensan que criticar los hace interesantes, cuando en realidad los hace aburridos y cansinos.
6.     Ilusión. Hay que renovarla cada día. Hay mil cosas para hacer, el mundo es muy grande, y hay cientos de millones de personas que hablan nuestro idioma, que nos pueden leer y nos pueden comprar libros. Solo tenemos que ir y enseñarles lo que hacemos, y tenemos Internet para que eso sea factible.
Seguro que todo esto ya lo sabías. Pero, como dice un buen amigo mío, a mí me gusta hacer las cosas sencillas, porque lo sencillo funciona mejor.
Abrazos para todos.

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